La primera noche ( En el Lovers - 1ª parte )


Apenas hacía un par de horas que había llegado y ya estaba asomando mi cabecita en el primer local: Eagle.
Seguramente sí que había leído que hubiera uno allí, pero en ese momento no lo recordaba.
Habían sido muchos los locales que había encontrado por internet, de los cuales muchos sólo tenía información del nombre, de unos pocos tenía algún tipo de referencia  y muchos, tanto de unos como de los otros, sabía que ya no existían.
Llevaba un gran lío en la cabeza, por lo que al final decidí explorar la zona y guiarme por mi instinto.
Era temprano y sabría que habría poca gente, pero no tan poca como que sólo había dos tíos sentados, hablando, tan concentrados que ni me vieron abrir la puerta. Ni siquiera llegué a entrar. Me dió mucho corte.
Mal empezaba.
Seguí volteando y llegué a las puertas del Lovers. El David de Miguel Angel hacía de guardián.
De este algo me habían dicho y algo había leido, y entré decidido para recordar qué.
Tres tíos y el camarero en la barra y me pareció ver otro tío más allá de las cortinillas que daban paso a la zona de cruising.
Tras pedir una caña y aposentarme un poco, decidí investigar el local.

Ciertamente, pasada la cortinilla había un tío de mediana edad que, nada más verme, se dirigió al fondo, al cuarto oscuro.
Eso bien quería decir o que no quería saber nada de mí, ni siquiera verme, o sigueme que ahí te espero.
Le seguí, y lo encontré sentado en la banqueta.
Y eso significaba o que estaba cansado, o esperando a que me aproximara para ofrecerle polla, ya que en esta postura tenía su cabeza a la altura adecuada.
Me acerqué y no tardó en echarme mano al paquete y bajarme la cremallera.
Yo, a tocar su pecho y tantear sus pezones.
Aunque enseguida comenzó una mamada, no tardamos en intercambiar la posición y los papeles, pero no durante mucho rato.
Mientras estábamos allí, entró un chaval, o así me lo parecía, que se quedó un rato mirando entre las sombras, sin intervenir.
Me incorporé, y ambos seguimos, alternando manejo de pezones y pajeo mutuo. El chaval desapareció.
Seguimos así, tal vez, unos diez minutos.
A pesar de todo, el tío no me inspiraba mucho. Lo que hacía, era una acción más mecánica, por pasar el tiempo, que por que me gustara el tío o el morbo de la situación, que ciertamente, no era mucho.
No sé si era su caso, pero cuando comenzó a pajearme con más fruicción, con el objetivo de hacerme correr enseguida, le dije de parar. Que ya continuaríamos en otro momento. Que no quería correrme pues todavía quedaba mucha noche por delante.
No puso impedimentos y se marchó.

Aún estaba subiéndome los pantalones cuando el chaval de antes volvió a entrar, situándose a escasos centímetros de mí.
Estaba claro que quería rollo, sino, hubiera mantenido cierto espacio para que corriera el aire.
Sin embargo, no hizo nada más que posicionarse casi encima mío, pero sin contacto.
Tenía que tomar la iniciativa, así que le metí mano al paquete.
Con esta actitud ya me veía el plumero. Seguro que sería uno de aquellos pasivos inactivos, de los que posan en actitud hazme lo que quieras, pero yo, ni tocarte. O como mucho, un desganado pajeo, por decir que toco polla.
Me sorprendió con un inmediato: "Vamos a una cabina?".
La idea no me entusiasmaba en absoluto, pero le contesté con un "Sí, bueno...".
Es un defecto que tengo, pues en muchas ocasiones, aunque en el primer instante de contacto con  alguien haya algo consciente o inconsciente que no me acabe de convencer, suelo dar una oportunidad a demostrarme que estoy equivocado en esa intuición.
Normalmente, me arrepiento, no porque acabe pasándolo manifiestamente mal, sino por la pérdida de un tiempo, que no me sobra.
Pero estaba de vacaciones, y esa posible pérdida, esta vez,  no me importaba mucho.

Camino de la cabina me fijé en que no era tan chaval, sino que bien podría estar entre los 25-30 años, pero no más. Guapete.
Entramos en una de las primeras cabinas que hay cuando comienza la zona de cruising. Cerró la puerta y se sacó la pichilla.
Y si bien yo procedí sin más demora a realizar una de mis actividades favoritas, la susodicha no acabó de reaccionar como era de esperar.
A mi favor puedo decir que el tío no paraba de mirar y vigilar por la ventanilla de la cabina si pasaba alguien, aunque no sé con que objetivo, si de invitarlo a entrar o excitarse con lo que viera.
En cualquier caso, ninguna de las dos cosas ocurrió.
Y me volvió a sorprender con un: "Quieres venir a mi casa?".
Me quedé a cuadros, y luego, él sorprendido por mi negativa.
Ni me apetecía ir a casa de nadie, ni la cosa acababa de fluir.

Salió primero, y yo, como siempre me quedé rezagado subiéndome los pantalones.
Y no es que los tuviera bajados porque hubieramos hecho algo, sino porque a la que me pongo a hacer mis labores, no pierdo oportunidad para bajármelos... por si acaso.

Nada más salir, casi choqué de morros con un tipo calvo, con barbita bien recortada, macho y varonil, más alto que yo, que con sus ojos curiosos, chisposos y morbosa mirada, me dió un repaso de arriba a abajo que me fulminó y me dejó con las piernecillas temblando.
Guapo, buen cuerpo y con muchísimo morbo, parecía sacado de una revista.
Un tío imposible, de estos que ya sabes de entrada que no son para uno. Demasiado de todo para que se fije en mí, y menos que quiera hacer algo conmigo, pensé.

Sin embargo, aquella mirada... puffff...

(Continuará)

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