Más oscuro que nunca




Cerré los ojos, como siempre hago, cuando sentí sus cálidos labios rodear mi polla expectante  de una buena mamada.
No importa la luz que me rodea en esos momentos, o si estoy en un cuarto oscuro, como era el caso.
Tal vez sea por centrarme más en las sensaciones que recibo, o por concentrarme en el placer que esté dando, pero siempre cierro los ojos.
Cuando los abrí, me sorprendió ver tan nítidamente, pues apenas hacía unos minutos que había entrado en el cine y más concretamente en aquella zona de penumbras, a la que me había dirigido directamente.
Hasta que la vista no se acostumbra pasan tal vez unos 10 minutos, en los que lo único que ves son vacilantes sombras si estás a contraluz, o intuyes los cuerpos por los sonidos de la respiración, los susurros o jadeos de amante anónimos, o por el roce de una mano indiscreta sobre algún púdico e íntimo rincón de la  anatomía propia.
Y había una explicación.
Se había ido la corriente, quedándose el local sin luz, y se habían encendico automáticamente las luces de emergencia.
Me pareció sumamente curioso que iluminaran considerablemente más que la habitual luz ambiental del lugar.
Al menos de las zonas de los cuartos oscuros, claro.
Ahora el lugar más sombrío y acogedor era el bar, que se había quedado vacío, y el cuarto oscuro grande ofrecía un aspecto terriblemente cutre y desolador, a la vez que también vacío.
Tras ese pequeño paseo para averiguar que pasaba y enterarme que tal fuera para largo, volví al cuarto pequeño, donde encontré de nuevo al mamador de antes, y retomamos la acción allí donde lo habíamos dejado.
Allí ahora también había un joven chaval latino con su clásica gorra, que se quedó mirandonos durante un buen rato.

Yo me concentré en aquella interrumpida mamada y volví a cerrar los ojos.
Finalmente el chaval decidió participar, aunque un tanto tímidamente, con suaves caricias.
La siguiente sorpresa fue al cabo de un rato cuando en una de las veces que los abrí, no ví nada.
Absolutamente nada.
Solo notaba las manos del latino, su suave respiración, y los labios del mamador rodeándome la polla y sus entrecortados gemidos
El lugar se había llenado de total oscuridad, al punto que incluso se habían apagado las luces de emergencia.
Eso si que era estar en un cuarto oscuro. Esto sí era un gran apagón, y no lo del boyberry.
En esta ocasión la mamada no cesó, y es más, diría yo, que a falta de estimulos visuales, se intensificó, hasta que se corrió mientras se pajeaba.
Me quedé solo con el latino.

Una rendija de luz natural apareció a lo lejos. Apenas iluminaba, pero al menos daba un punto de referencia.
Era la puerta lateral, normalmente cerrada, que da al vestibulo, donde desde la calle llegaba mortecinamente un poco de luz del atardecer.
Se oían voces, pero nosotros continuamos a lo nuestro.
Esta vez fue yo se agachó y comenzó a mamar la discreta polla latina, suave como el resto de aquel lampiño y delgado cuerpo.
Él acompañaba con sus  manos el movimiento de mi cabeza, y mis manos, ahora tocaban su pecho, ahora tocaba su prieto y pequeño culo, hasta que comencé a pajearme.
Como era de esperar, acabé corriéndome.
Fue al incorporarme que el chaval me dijo: Quieres que te folle ?.
A buenas horas, pensé.
- Tío !, un poco tarde, pues acabo de correrme,- fue lo que le dije, aunque ciertamente eso hubiera querido de haberlo dicho antes, o haber dado muestras que le apetecía, pues la polla era bien rica y adecuada para un folleteo fácil y feliz.

Me resultó extraño ver, cuando salí, a un buen número de habituales del local sentados en los sofás del vestíbulo a la mortecina luz natural de aquel atardecer de principios de mayo, esperando y casi sin hablar entre ellos.


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