De moldavos, holandeses, noruegos e ingleses.





Tras un discreta siesta, bien pasada la tradicional hora de la misma y una frugal cena, para estrenar la noche me dirigí en esta ocasión al Bears Bar.
Era la primera vez que empezaba la velada por este lugar, pues siempre acostumbraba a tomar la primera cerveza en cualquier otro pub o bar de la zona.
Sin embargo, esta vez había quedado con el moldavo allí  a una hora relativamente temprana, entre la una y la una y media (ver post: ... Al barranco de Xixo).
Estaba más que convencido que no vendría, así que fui antes para, en caso de no venir, aprovechar alguna oportunidad que se pudiera dar, y como mucho marcharme a la hora límite, pues mi intención era acabar la noche en el New Copper, pues era jueves, y según el camarero, era la primera de las noches más animadas de la semana, junto con viernes y sábado.
Si venía, pues igual cambiaba los planes, pero eso estaba por ver.

Al llegar al Bears Bar había muy poca gente arriba, y nadie abajo. Era de esperar, así que tranquilamente me dispuse a disfrutar de mi San Miguel, sentado en un taburete de la barra, e ir bajando al sótano,de tanto en tanto.
En una de esas incursiones me encontré con el holandés de un relato anterior.
Me pareció extraño pues no lo había visto entrar, o sí, pero no le había reconocido sin la gorra, y parecía más mayor que el primer día.    
Nos liamos enseguida, en la misma línea que hacía dos días, pero tal vez sin tanta entrega o entusiasmo por mi parte.
Después de un rato, lo dejamos.
Se hizo la hora, alargué un cuarto de hora más la espera, el moldavo no vino y yo me fuí al New Copper

Tres personas!.
Sólo tres tíos habían cuando llegué. Uff..., espero que se vaya animando, pensé.
Aunque animando no fue exactamente lo que ocurrió, pero al menos poco a poco se fue llenando hasta llegar a ser unos 10 tíos.
A saber, apareció el maduro salmantino del primer día, el chaval joven de los ojos saltones del segundo día, la reina noruega del tercer día, un inglés mayor, un tiarrón tipo duro que antes había visto en el Bears Bar, un principe inglés, y del resto apenas me fijé.
No hubo mucho movimiento.
Pocos intentos de enrollarse, y prácticamente ninguno cuajaba. Un tonteo de varios minutos como mucho, y ahí se quedaba la cosa. No sólo yo, sino todos.
Hablé un poquillo con el salmantino, no hubo acercamiento con joven de los ojos saltones, mamé unos minutos al tiarrón que se sentó junto al sillón, y toqué/rocé a uno que me rechazó haciéndose el estrecho.
Acompañado de tres cervezas, me dediqué, pues, más a mirar lo que acabo de contar, poca o más bien nula acción.
Lo más destacable que ocurrió, para más curiosidad, casi no se vió, pues se desarrolló de la manera más discreta posible, de manera que incluso yo, que vi los movimientos y miradas, no sé que acabó realmente sucediendo.

La impasible, fría y absorta reina noruega se hallaba en el extremo de la barra, y el principe inglés, bien estirado, sin ladear la cabeza mirando nerviosamente de un lado para otro como pensando "que no se me note, que no se me note", se situó a su lado y comenzó a hablarle.
La reina parecía escucharle, sin inmutarse, ni cruzar miradas. El principe sin apenas gesticular, ni mostrar expresión en la cara y apenas un percetible movimiento de labios. Como si le contara un secreto o chismorreo de alguien presente, pero sin que nadie lo notara.
La reina se corrió un poquito para adentro de la barra, dejando el extremo libre, y el principe se situó junto detrás y algo le dijo al camarero.
Este se quedó quieto junto a ellos, a una distancia sospechosamente escasa, durante un buen rato.
No se hablaban, pero la cara del camarero era todo un poema de sonrisas y apuro, y miradas cómplices hacia mí, como si yo supiera lo que estaba pasando.

Mi imaginación me llevó a pensar que la reina le estaba trabajando con la mano el manubrio al camarero.
Poco después, como quién no quiere la cosa, el principe inglés se escurrió entre los dos, desapareciendo entre los dos, durante bastante rato, en el que el camarero y la reina continuaban cada uno en su papel.
Uno azorado, el otro impasible y el tercero desaparecido.
Mi imaginación me llevó a pensar que el principe le estaba trabajando oralmente el o los manubrios del camarero y la reina.
Un buen rato estuvo ausente, hasta que por detrás de ambos, finalmente apareció con la misma compostura y recato.

Que sucedió realmente?.
Bueno..., la imaginación es libre.

Me fuí cuando quedaban cuatro personas.
Debían faltar poco más de media hora para que cerraran los locales, así que visto lo poco productivo de la noche, opté por rematarla con una cervecita en el Peppermint.

(continuará) ...

Comentarios

  1. Bueno, este relato hay que tirar de la imaginación.
    Pero a medida que leía, mi imaginación también trabajaba igual cómo la tuya trabajó en esa escena, jajajaj.
    Da morbillo estar presente en el lugar y que sólo pueda trabajar la imaginación y no la vista.
    Bcn1972

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    1. Todo tiene su morbillo, creo. Lo gracioso de la situación era como la realeza mantenía en todo momento la compostura, jaja... como si el pueblo llano no supiera que tejemanejes pretendían llevar a escondidas. Vamos, como la vida misma.

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