Mamada a dos bocas en el Copper

 



La noche comenzaba a estar avanzada. Debía ser más allá de las dos de la madrugada.
Y tocaba ya la cuarta visita. Era el turno del Copper.

Esto no era extraño, pues siempre dejaba este local para la última parte de la noche.
Tal vez era porque el hecho de tenerse que quedar en bolas o en calzoncillos apeteciera más a esas horas.
Desde luego no era porque el local estuviera a petar de gente. 
Nunca me lo había encontrado así y, aquella noche, tampoco iba a ser la excepción.

- Si, hace una rato había más gente -  me decía, cada vez que en alguna ocasión le preguntaba al barman – A eso de las 12 o 1- añadía según el día.

Apenas me había despojado de la ropa, quedándome con unos sencillos slips, entró un tipo justo detrás mío.
Con los dos tíos que en la barra charlaban amigablemente con el barman, sumábamos cinco personas en total.
Me pedí la cerveza de rigor y me fuí para el sofá tras la cortina, pues no quería molestar en la conversación que tenían.
Bueno, no ya tanto molestar, pues no tenía ánimo de participar, sino sentirme un intruso escuchándoles.
Si me cuesta horrores iniciar una conversación con un desconocido, os podéis imaginar lo que me cuesta entrometerme en una ajena.

Al poco, uno de los dos tipos, el más buenorro, entró y se sentó en el taburete que, justo al sofá y al sling conformaban la decoración del apartado tras la cortina.
Allí se tocó el paquete no sé si para estirarse los slips o en señal de algo.
No me dió tiempo de averiguarlo pues fue el tiempo de un pestañeo que se sacó los calzones y volvió a salir para quedarse en la barra y continuar tomándose el cubata que había dejado a medias.
Me quedé allí sentado un ratillo más disfrutando de la cerveza, la rítmica e hipnótica música que sonaba y el murmullo indescifrable de una conversación tras la cortina.
Salí justo en un imprevisto y no planificado intercambio de ocupación del sofá con el tipo que había llegado al Coper justo detrás mío.

Mientras yo me levantaba, él traspasaba la cortina para sentarse.
En un arrebato de valentía intervine mínimamente en la conversación que los otros dos y el barman mantenían.

Minutos más tarde, el buenorro que se había quedado en pelotas, entraba en la zona apartada de miradas indiscretas de la cual el otro tipo no había salido todavía.
Otros tantos después, al ver que ninguno de los dos volvía, le seguí.
Me podía la curiosidad.

Y allí estaba el tío buenorro sentado en el taburete y el otro tío, de rodillas y con la cabeza entre las
piernas del otro comiéndole el rabo apasionadamente.
Un breve mirar buscando una muestra de aceptación y me puse a lamerle las tetillas.
Y poco después me indicó de bajar a mamarle también la polla.
Al otro tipo no le molestó en absoluto. Esto no siempre es así, y muchas veces prima la exclusividad  en lugar del buen compañerismo.
Y así de muy buen grado colaboramos intercambiándonos aquel manjar de polla, huevos y culo alternativamente.

Fue un rato morboso y muy agradable, como no podía ser de otra manera cuando hay complicidad.
Del otro tipo, del que se quedo en la barra no sé que fue, pues cuando acabamos sólo estaba el barman. 
Tampoco habían entrado más cliente.

La noche acabó con un paseo hasta el barranco de Xixo, en un intento de rematarla.
Apenas un insulso polvo exprés con el único tío que en ese momento había.
No ocurrió nada más porque no apareció nadie, y esperar que llegara alguien no me pareció que valiera la pena siendo como era tan tarde, domingo noche y de un mes de octubre.

(Octubre 2015)




Comentarios

  1. ¡Qué maravilla cuando hay conjunción de machos y morbo! Me gusta compartir pollas, aunque a veces las quiero solo para mí. Pero en la variedad está el gusto.

    Gracias por escribir.

    Saludos

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    Respuestas
    1. Me excita sobremanera la presencia activa de un tercero :-)

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