Los polvos olvidados

Frío día de finales de octubre.
Llego media hora más tarde. Poca gente para final de mes.
Algún habitual eso sí.

El chico delgado de la cerveza.
Veo como le ronda uno. Veo como se lía con otro.
Veo como me mira. Como me mira y me pilla.

Me dice ir a la cabina.
Folleteo en tres posiciones.
Un encanto de chaval.

Otra pincelada de borrador, pues no llego ni a considerarlo como tal.
Se quedó así.

Lo normal es que un borrador de post tenga mucha más chicha, más detalles, comentarios, trozos de conversaciones que, para cuando me ponga a completarlo o escribirlo en su versión definitiva para publicarlo, solo con un poco de memoria y algún retoque para que sea legible y comprensible, lo pueda hacer sin más.

Pero de este, vale, cada vez es menos frecuente el frío a final de octubre. Llegar media hora tarde ya era como para haber desistido de ir, para el poco tiempo a priori restante que me quedaba.
Poca gente y algún habitual, ya a esas horas, tampoco es sorprendente.
Lo que me sorprende es no acordarme de nada de lo que ocurrió finalmente en la cabina, pero si me acuerdo perfectamente del chaval antes de entrar mientras le rondaban.

Era delgado, guapete, joven, sin vello. Un ejemplar no demasiado abundante en la sauna, aunque si bien, se suelen ver cada vez más.
El chaval era objeto de todas la miradas.
Lo recuerdo sentado en uno de los bancos de la sala egipcia, con su cerveza en mano, mirando desde su posición como pasaban por delante de él y se giraban, o como, de manera más patente, desde la puerta de alguna de las cabinas le hacían gestos de seducción para llamar su atención, sin que este les prestara excesivo interés.

Quedaba la duda si la indecisión o aparentemente desinterés era por su timidez o por sus altas expectativas.

No es un hecho muy extraño.
Más de una vez ocurre que el tipo más admirado del local se le vea solitario y taciturno, sobre todo si este es un poco tímido o cortado, y el público que le rodea peque de pasivo.

Por lo que a mí respecta siempre me viene el siguiente pensamiento.
Demasiado joven, demasiado guapo, demasiado bueno, demasiado lo que sea para que, no ya se fije, sino para que quiera algo de mí.

Por eso, en cuanto me percaté que fuí objeto de sus miradas, me quedé bloqueado, dejé de pensar y me dejé llevar.

El post se iba a llamar "El polvazo de Jose".
Una pena no poder contarlo.

Como una pena también era los que iban a ser los siguientes post de este que, en un principio, se iban a  titular respectivamente "El vejete y Joaquín" y "El joven latino y el delgado pollón", y de los cuales el único recuerdo que conservo son los títulos, pues nada llegué a escribir.

Pero hay un motivo.
Después de la sequía estival típica (Mitad de Julio, agosto y septiembre son muy poco productivos en historias de penumbras), hacia de finales de octubre, noviembre y principios de diciembre, se me acumularon un buen montón de experiencias intensas en la sauna y no dí abasto a escribir borradores.
Ojo! teniendo en cuenta que mi tiempo disponible para ello es un tanto escaso.
Bueno, y alguna no muy intensa, que de estas nunca faltan, pero con borrador escrito.

Hubieron algunos que estuvieron llenos de detalles y otros, como los mencionados, que quedaron en sólo un título que, si algo hubiera escrito, aunque sea a los pocos días, algo más provechoso habría salido.

Pero como los hechos casi se solaparon, visto con la distancia del tiempo era difícil de recordar si algunas cosas habían ocurrido en un momento u otro.

En fin, seguiremos con las que se salvaron del olvido.

(Finales de Octubre 2018)