Un poco de Lovers, Bears y un polvazo en el Copper.





Aquella era ya la última noche y tocaba apurar las últimas horas.

Pasé por el Lovers como inicio de mi despedida, donde si bien me volví a encontrar con el cántabro, compañero de aventuras en la Sauna H2O, pero aparte un toque de brazo como reconocimiento y una sonrisa y no hubo nada más.

Por allí rondaba un tío sobre los cuarenta años, delgado, bigote y barba en perilla corta, atractivo, que lucía una chaqueta de piel y no me quitaba el ojo de encima.

Era obvio que no sabía como entrarme, primero por su actitud, pero seguramente influía el hecho que estuviera yo todo el rato en un rincón tomándome la cerveza de rigor, mirando al personal, sin moverme y haciendo a buen seguro cara de pocos amigos, como suele ser habitual, muy a mi pesar. No de enfadado, pero si de muy serio.

Es cuando me muevo, que espera a que lo vea para meterse en uno de las cabinas con glory hole.
Cierra la puertezuela y al momento asoma su polla por el agujero, y yo desde mi lado, se la mamo.
Tiene una buena polla. Ni grande ni pequeña, ni gorda ni fina, ni corta ni larga. Una polla muy multiusos.
Pero no le dura mucho tiesa y enseguida se le pone morcillona. A mí ya me vale, pero él enseguida se la guarda.
No espero a que cambie de opinión y, simplemente, me voy.
De hecho me voy del Lovers al momento.

Me voy al cercano Bears bar, apenas cruzando la callejuela
No había nada a destacar.
Poca gente y mucha tonteria.

Y yo caliente como una perra.
Necesitaba que me follaran. En todos estos días de putisemana, aunque por aquellos días aún no la llamaba así, no había conseguido en cuando follaje se refiere nada más que, la primera noche, un desaborido polvo exprés en el barranco de Xixo, que ni me corrí y de la cual solo hice una brevísima mención en el post Mamadas a dos bocas en el Copper

Aburrido de ver la gente ante ir y venir, sin liarse nadie con nadie, para que al menos dieran un poco de color y sensualidad al ambiente, en la última jaula de la zona de cruising me abrí un sobrecillo de lubricante con el que unté bien el ojete, y esperé inútilmente la llegada de algún empotrado, pero eso sí, bien preparado.

No esperé mucho más, me limpié, me adecenté y me fuí al Copper.

El camarero y un solo cliente, sentado sobre un taburete, reclinado sobre la barra tomando su cerveza.
Me recordaba al tipo del Lovers de principio de la noche, pero así, en bolas y en un ambiente menos luminoso tenía mis dudas.
Apenas había pedido mi cerveza cuando se dirigió a mí.

- ¿Quieres que te folle? - soltó a la brava, pero que sonó con mucha naturalidad, haciendo un gesto con la cabeza señalando el sling.
- Si - respondí sin dudarlo ni un instante. Iba más que caliente: el tipo, si es que era el del Lovers, tenía una polla perfecta para ello y yo tenía el culo recién lubricado de apenas unos minutos antes. No era cuestión de hacerse el mojigato.

Y allí, patiabierto, en un folleteo lento, constante, al ritmo hipnótico de la música electrónica, con apenas variaciones, un par de brevísimas interrupciones para lubricarse la polla y un cliente que llegó en plena faena, que a ratos se situaba a mi lado y puntualmente me pezoneaba, estuvimos cuarenta y cinco minutos de reloj con el mete-saca.

Pero aquel polvo sobre el sling lo recuerdo como uno de los mejores sobre el aparatejo y uno de los más largos sin descansos o cambios posturales. 

Fue la guinda del pastel de unas putivacaciones bastante flojillas.

Fin.

(Octubre 2015)





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